martes, 25 de enero de 2011





Me llamas una tarde de primavera, una tarde clara, de suaves olores a flores nuevas, a tierra húmeda, a brizna de hierba.
Y no te respondo, porque para mi solo existe el frío invierno. Agazapada aún siento helar las sienes, y la ventisca azota el alma. Aún no han salido las flores y los animales duermen. Aún no me han llegado los suaves olores a tierra nueva.
Encerrada, aislada, las ventanas clausuradas y el corazón helado.
No tuve suficientes leños en invierno, no calentó el fuego la piel azulada y las lágrimas colgaron como perlas en las mejillas . Transparentes y diáfanas, bellas sin igual, pero llanto al fin y al cabo.
En los vidriosos ojos la esperanza del más allá, de volar sobre las montañas y aspirar el dulce aroma del salitre en el viento húmedo del océano al otro lado de las escarpadas montañas.
Lejos del pesado cuerpo, libre de ataduras, volar, solo volar dejándome empapar por la hermosura del paisaje.
No hay anhelos, pero tampoco sufrimiento. Tierra y aire, a lo lejos el horizonte, y al fin el alma entiende.
Escapa de la tierra al infinito y el universo entero me recibe, me hace suya, para fundirse en el abrazo eterno.
Al fin comprende, solitaria cual estrella doliente, no es la muerte porque la vida ha despertado.
No es materia, es el infinito entero, es el universo pequeño. Es el alma libre que regresa del infierno.

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