jueves, 20 de octubre de 2011

Página en blanco




Página en blanco, desafío constante al intelecto.

Llamada penetrante para que alguien le de vida, un sentido y no un derroche.

Página en blanco para llenar de nubes, risas, lágrimas. Para jugar con la magia de los números o inventar nuevos acordes musicales en un pentagrama.

Ha llegado el otoño, a mis pies una hoja amarillenta, cae y se eleva movida por el viento. En el horizonte negros nubarrones anuncian tormenta.

El tiempo cambia, el tiempo corre. Los minutos, las horas, los días, traspasan como lanzas los cuerpos jóvenes.

Mientras el otoño se adentra, dejando atrás un verano cálido, largo, de aguas transparentes y blancas arenas. Anuncia lluvia y el bañador (cómodo, ligero, atrevido) deja paso a las prendas que cubren los hombros, los brazos, las piernas.

Se entristece el dorado adquirido por la piel, que va apagándose dentro de las fibras y palideciendo poco a poco, día a día.

Añoramos el sol, maldecido en las pesadas calimas estivales, la luz de los días largos, las claras noches de luna llena.

El otoño nos trae las noches largas, los días cortos, las grises nubes, el manto esparcido de las hojas caídas, las ramas desnudas preparando el invierno. Los paraguas abiertos, el asfalto brillando por las miles de gotas de lluvia, los pies mojados, el estornudo, presagio de enfriamientos y malestares.

El otoño es para el poeta fuente inagotable de versos encadenados para formar un soneto. Poesía que regala tonalidades cromáticas para que el escritor les de forma con palabras, el pintor las plasme con su paleta y el poeta las ensalce.

Tiempo de romanticismos trasnochados y a la vez vigentes en cándidas almas de juventud llena o en corazones rotos de edad tardía.

Tiempo de vinos y amigos, de paseos por el monte, de cacerías, de botas embarradas, impermeables imposibles, colores apagados tierras, ocres, amarillos...

En el mar espuma blanca que a los barcos vapulea, salpica su agua en los rostros que se acercan, arrastra la arena e inicia su lucha contra las rocas.

Comienzan los olores a tierra mojada, a pan recién hecho, a salitre.

Los sentidos despiertan del letargo estival.

Llegan las musas en el aire fresco en el agua de lluvia, en la espuma del mar.

Y así, la página en blanco agradece la vida, se llena de palabras como el lienzo de imágenes.

El tiempo transcurre en lenta armonía, escurriéndose entre los dedos sin poder retenerlo.

Mientras el corazón sigue latiendo y el alma se pierde en cortos amaneceres.