domingo, 20 de mayo de 2012

Después de unas copas




No se porque nos empeñamos tanto en esconder aquellos que llevamos muy dentro y que el alcohol es capaz de sacar en dos segundos.

Ahora estamos empezando a familiarizarnos con la prima de riesgo (que no es la prima del pueblo), con el ibex con los números y con la banca. Y digo yo ¿a mi de que me sirve toda esa información cuando mis ingresos no puedo estirarlos hasta final de mes?, que me importa si la bolsa sube o baja si no tengo un maldito duro invertido. Porque mis inversiones se reducen a comprar la comida y a pagar la luz y el agua y la comunidad y el café del domingo...

Cuando solo veo las grandes casas en programas de la tele, y si quiero ver una puesta de sol me tengo que ir a un acantilado o a una playa porque desde mi casa no veo casi el mar....

Porque el casino para mi es un letrero que se anuncia y los privados de las discotecas una leyenda urbana.

A ve,r si me tomo una botella de cava en mi casa, comprada en un hiper, y entonces quiero a toda la humanidad porque ya estoy un poco”bolingas”, y alguien me cuenta que en tal discoteca la botella de champagne cuenta 6.000 euros que yo no he visto en mi vida juntos, que alguien se gasta los 30, 40 o 50.000 euros en una noche y yo no los gano en un año.

¿y qué más da todo eso?, yo tengo una terraza y una familia con la que comparto mis grandes cogorzas de cava, al fin y a la postre el dolor de cabeza del día siguiente es el mismo. Y me pongo cariñosa con todo el mundo, y quiero a toda la humanidad sin saber que eso implica también querer a los que me envidian, a los que me odian, a los que me ignoran. Y no, a esos no les quiero, tampoco siento nada especial, simplemente ignorancia.

Al igual que ellos ignoran mi remota existencia, no existo, no hago historia, no aparezco en anuarios, no doy grandes cantidades de dinero a causas benéficas, en fin la humanidad entera podría pasar sin mi existencia pequeña e insignificante.

Sin embargo, mi familia, mis amigos ¿podrían ignorar que he existido?. Prefiero pensar que no, que al menos alguien me recordará y podré perdurar un par de años en su memoria.

Y algo más en la memoria de mis hijos, ellos, al menos, recordarán que tuvieron una madre inconformista, una madre que les daba un beso de buenas noches, una madre que por encima de todo les quiere o les quiso, una madre dispuesta a dar su vida por ellos.

No es algo inhabitual, es lo normal. Aquellos que llenamos las calles, el metro, los autobuses, que madrugamos cada día para ir a trabajar, que soñamos con una vida mejor, todos haríamos lo mismo por nuestra prole.

Así que me pregunto ¿ qué me hace especial a mi?. Y me respondo nada, nada en absoluto, soy un pequeño grano de arena en la playa, una gota de lluvia en la tormenta, una hoja mecida por el viento, una micramillonésima parte de éste planeta que se mueve. Y con él el tiempo se esparce, se dilata, se escurre y se pierde entre sueños rotos y conversaciones llenas de deseos irrealizables.

Los sentidos se nublan, se adormece la realidad, el sol calienta los cuerpos, el viento suena entre las ventanas, se escuchan los árboles murmurar, las olas contra las rocas, y se espera que llegue la noche y salgan las estrellas, brille la luna y al apoyar la cabeza en al almohada vuelvan los duendes a provocar sensaciones olvidadas. Vuelos encima de los océanos, entre grandes montañas. Es el espíritu liberado del cuerpo, sobrevive, vive, se agranda y la envoltura nada importa.

Al llegar la mañana, los vapores etílicos provocan resaca, la garganta reseca, la cabeza dolorida, los sueños hechos añicos cual espejo roto.

Y somos una sombra de nosotros mismos, un fantasma que cumple con los quehaceres diarios. Autómatas, hormigas, rutina que envuelve sin dejar que los pensamientos puedan esparcirse y vagar libremente por el universo.

Son las siete, suena ese maldito despertador, y empezamos odiando el día, saliendo de las tibias sábanas que nos han cobijado unas horas.

Comenzamos a ser parte de la sociedad que jamás se acordará de nosotros, que nos olvidará como olvida la tormenta.

Dibujamos la sonrisa, falsa sonrisa, en el rostro, y fingimos que somos felices.

Nadie, nunca, jamás, sabrá que anhelamos otros horizontes, otros mares, que podríamos perdernos en grandes praderas, en anocheceres cortos, en horizontes lejanos, en el tiempo sin medida. Que nuestro deseo de fundirnos con el universo entero, de formar parte de él, sin espacio, el ser sin ser jamás. Permanecerá oculto en lo más íntimo de nuestro ser, en el último rincón de un alma adormecida, sedada por los ruidos cotidianos, por las falsas risas, de los puñales convertidos en abrazos, de la sangre que brota de aquellas flores que jamás pudieron pertenecernos.







marisa mayo