lunes, 13 de junio de 2011





Se abrió la mañana despertando entre niebla. Salió el sol de su letargo, emergiendo en las azules aguas del mar en calma. Regalando destellos rojizos y depositando miles de puntos luminosos desde el horizonte a la playa.
El faro apagó sus avisos sonoros, que en las horas previas al alba, alertaba a navegantes de su proximidad.
El silencio era roto por las pequeñas olas al chocar contra las rocas.
A lo lejos la ciudad se despertaba.
No llegaban sus ruidos ni ajetreos hasta el acantilado, quizás fuera otro mundo, otra dimensión. Allí se guardaban los problemas cotidianos, la lucha, la desesperación y los sueños rotos.
Una gaviota inició su vuelo delante de mis ojos. Mi alma voló con ella. Desplegada sus alas, sin esfuerzo, columpiándose en las corrientes de aire.
Dejé que me transportara por mundos ajenos, y pude contemplar todo desde la perspectiva que da la altura.
Ajeno al ser, desapego total. Pertenecía al viento, alcanzaba las nubes, planeaba sobre aguas cristalinas.
Hubiera vívido así toda la eternidad. Pero se rompió la magia.
Un avión surcó el cielo, y el ruido de sus motores hizo que volviera a la realidad.
Esa realidad de la que quería huir. Por unos instantes lo había logrado. No era suficiente.
Delante de mi se abría un mundo de posibilidades. El acantilado me invitaba a volar y no regresar jamás.
Detrás las cadenas del día a día aprisionaban los pies. Cadenas que yo había forjado pero que no podía romper.
¿Saltar o volver sobre mis pasos?. ¿Libertad o lucha?.
La elección no era difícil. El cuerpo cansado, el alma dormida y el corazón sangrando.
Un paso adelante. El olor del mar, el viento en el rostro.
El vacío espera, me llama.
Siento la hierba húmeda bajo los pies descalzos.
Saltar; es lo único que deseo. Terminar con todo. Huir.
A lo lejos las velas desplegadas de un barco. Cierro los ojos para imaginar mi cuerpo en la proa. Puedo sentir el cabello alborotado, el salitre en el rostro.
Mis pies se adelantan de nuevo, rozan el borde del precipicio.
Paz, tranquilidad. En unos instantes todo habrá terminado.
Siento una voz, tenue al principio, fuerte después
.-¿cobarde?
¿Cobarde? ¿Por qué?, ¿Por no haber saltado ya?
.-¡cobarde! Vuelve la voz, ¡ por no vivir!
.-¿vivir?, Contesto, ¿Para qué?, ¿Para morir un poco cada día?
Silencio
Un silencio que duele, se clava en el alma. La soledad se hace patente.
Los sonidos se acallan, sola yo conmigo. Un viaje al interior. Vértigo.
El mundo se acelera, todo va más deprisa, las sensaciones se evaporan. Fluyen los sueños y despierto.
No han de herirme más las noches sin lunas, los días estériles.
El vacío sigue esperando. El sol, en el cenit, abrasa mi cuerpo. Todo da vueltas, las piernas se doblan. La oscuridad llega.
Nada siento, el tiempo detenido, ¿habré muerto?.
Unos brazos me sujetan una mano me sostiene, me aferré a ella.
Abro los ojos y encuentro una sonrisa
Ahora, aunque cada día muera, me refugiaré en sus ojos y su risa será el bálsamo que alivie las heridas.