viernes, 28 de enero de 2011



Saliste de mi vida una tarde de verano. El sol quemaba los campos y el mar mitigaba el calor de los bañistas.
Recuerdo claramente el canto de las chicharras, sin otro sonido que el crujir de la tierra seca bajo tus sandalias mientras partías.
Te observo caminar alejándote de mi, sin mirar atrás, con la mirada en el polvoriento camino, y cuando tu silueta desapareció en el último recodo que alcanzaba mi vista, sentí que el corazón lloraba.
Jamás pedí que te quedaras , nunca dije cuanto te necesitaba, y mis labios se quedaron mudos cuando tuvieron que gritar un “te quiero”.
Ahora que te he perdido, en este momento en el que te llevas una parte de mi corazón en la mochila sin saberlo; ahora de mis ojos brota una lágrima.
Me refugié en la casa de anchos muros, sintiendo la tibieza de su sombra. Bajo las aspas del ventilador del techo, dejé que la tarde transcurriera con la lentitud propia del verano ocioso.
Han transcurrido muchos años, sigo conservando tu recuerdo y aquella lejana tarde en la memoria.
Mi pelo perdió su color, el cuerpo envejece cada día, se vaciaron mis jornadas de frenética actividad. En la calma del mar azul busco un barco de velas granates hasta que la luna abre su camino de plata y las aguas se oscurecen. Es, entonces, cuando me retiro al calor de las llamas que se elevan en mi chimenea para seguir soñando otros mundos.
En esas noches de invierno, cuando el frío encoge la piel y las estrellas se esconden, siento tu mirada traspasando mi alma. Vuelvo a ser joven, a desear tus labios, tus abrazos, tus manos, todo aquello que perdí y jamás recuperé.
Leo los libros que olvidaste, gastados por el tiempo, para encontrarte de nuevo. A través de las amarillentas páginas, se me dibuja tu sonrisa.
La noche transcurre con el viento azotando los almendros. Apoyado en la almohada, esperando que el sueño llegue y descanse mi cuerpo, los recuerdos caracolean con la espuma del mar, se elevan al cielo azul para perderse en las estelas de las blancas nubes de verano.
Sin embargo la noche no es benevolente conmigo y los ojos se abren en medio de la oscuridad. Aún la mañana está lejana, la luna se escondió tras los nubarrones.
Dejé la tibieza de las sábanas para asomarme a la ventana, miré la noche desapacible, un escalofrío recorrió el cuerpo e instintivamente, me ajusté la bata y crucé los brazos. Las brasas de la chimenea reflejaban destellos rojos sobre las paredes.
Volví a sentarme en el sillón, no sin antes agregar un poco de leña al fuego para calentarme, las llamas iniciaban su danza cimbreante, se elevaban, caían, ondulaban... los párpados se cierran adormecidos.
Amanece lentamente y el nuevo día se viste de gris.
El fuego se ha apagado, pero los rescoldos aún dan calor. No quiero despertar porque nada espero, más los sueños se desvanecen y se van con la luna.
Llegará algún día la primavera, el campo se despertará para vestir sus mejores flores, volverán los pájaros a ocupar sus nidos ahora vacíos.
Llegará la luz y las noches serán más cortas, las lunas mas brillantes, los cielos azules y el mar..., el mar seguirá guardando el secreto. Seguirá separando las almas perdidas, los corazones solitarios. Bañará las playas para regocijo de muchos, besará las rocas llevándose un poco de ellas cada vez. Servirá de camino a los barcos, a los que zarandeará sin contemplaciones cuando le plazca.
No quiero otra primavera vacía, otro verano que olvidar, no más estaciones baldías.
Entraré en las frías aguas. Al atardecer, cuando el cielo se torna rojo, como las velas de tu barco, caminaré hacia el sol, al infinito. Me iré a buscarte para decir lo que nunca mis labios pronunciaron, te buscaré para susurrar cerca de tu oído, en el fondo de tu alma, “te quiero”.


Encontré esta carta al recibir al volver a la casa dónde había vivido mi niñez y estrenado la juventud, una casa rodeada de almendros que ahora florecían, y desde la que el mar se dibujaba al fondo, y a la que no había vuelto. Desde allí se podía ver mi barco, un velero que alguien me dejó como herencia, con sus velas rojas desafiando al mar. No entendí porque era para mí.
Al leer la carta colocada en la repisa, entendí, y las lágrimas surcaron mis mejillas..
Ahora cada tarde,, cuando el día termina y el horizonte se tiñe de rojo, observo como se sumerge el sol, y cada mes de enero a la misma hora, desde la orilla lanzo dos rosas rojas. Para que se encuentren, para que descubran la felicidad que no quisieron en la tierra.
Con una sonrisa en los labios y los ojos vidriosos, repito cada vez “adiós mamá, adiós papá”, los dos os perdisteis en el mar.






martes, 25 de enero de 2011



Hace unos días tuve que viajar a Palma. En el aeropuerto por poco me dejan en pelotas, (y eso con el cuerpo que tengo podría haber herido la sensibilidad de algún viajero, vamos a ver señores no demos espectáculos lamentable, que bastante tienen los demás para soportar su carga).
Ya, en el avión, (es de los pequeños), todos sentados y la azafata comienza con las normas de seguridad que nadie atiende, porque un vuelo Ibiza-Palma, es casi como el autobús Parla -. Madrid. Se coloca el chaleco salvavidas, y a mi me da por pensar (no es que lo haga mucho, que las neuronas a ciertas edades hay que cuidarlas), es la misma demostración que hacen en un vuelo de Madrid – Sevilla. Entonces me pregunto, ¿es que en ese vuelo piensan “esmorronarse” en alguna piscina?, porque desde luego ya sería tener puntería, y para el que no sabe nadar morir por caída de un avión en una piscina de Toledo ahogado, tiene que ser el colmo de la mala suerte. Pero bueno de todo puede haber...
Con mi maleta en la mano entro en el baño. ¿Alguien ha intentado entrar en el baño de un aeropuerto con un abrigo, el bolso y una maleta?. Pues lo explico, primero entras de lado, haciendo que la maleta quede aparcada detrás de la puerta. Buscas la percha para colgar el abrigo y el bolso, pero ¡sorpresa! No hay percha. Doblo el abrigo cuidadosamente encima de la maleta, coloco el bolso, apenas queda espacio para la tarea que voy a realizar, ¡valor! Me digo, total tampoco se tarda tanto. Cuando estás en plena faena el bolso comienza a resbalarse y amenaza con caer al suelo, que por muy limpio que esté siempre es el suelo de un baño público, con lo cual una mano impide la caída, así que solo queda una libre para acomodar la ropa que permanece en las rodillas. Tarea ardua y complicada. Me coloco el bolso en el cuello, a modo de collar, (hay que aguzar el ingenio, si no estamos perdidas). Logro salir de allí con la sensación de haber estado en Chafarinas.
Muy dignamente, después de la batalla librada, salgo por la puerta, lo mismo que muchos pasajeros, (tampoco quiero significarme más y salir por una ventana, y eso que no hay ventanas en los aeropuertos).
Necesito tomarme un café, dada la hora temprana de la mañana el cuerpo me lo pide. Me dirijo a uno de los bares, y ¡se me enciende una lucecita!, ha comenzado la ley antitabaco y no podré tomarme el café con mi cigarrito...... como solución me dan un vaso desechable y con el vaso, el abrigo en la mano, la maleta y el bolso colgado del hombro salgo al aire libre para no cometer un cruel crimen contra la humanidad.
¿Encender un cigarro con viento?, difícil, pero si encima vamos cargados con todo imposible. Para hacer todo esto hay que ser muy organizada, yo me alegré de trabajar en oficinas y estar acostumbrada a la organización del material, y también gracias a los juegos del tetris, ¡dios que bien le habéis hecho a la humanidad! . primero poner el abrigo para llevar una cosa menos en la mano, café encima de la maleta, bolso entre las piernas, por eso de no dejarlo en el suelo que se va el dinero, vuelta el bolso al hombro, busca la cajetilla, coloca las manos a modo de para vientos, y ¡¡por fin!, encendido el cigarro, sin tirar el café que recojo de encima de la maleta.
Un sorbito, parada claro está, el aire es frío y me deja la nariz colorada, que debe de estar como la del payaso ese que va a las fiestas de los cumples. Estoicamente intento saborear mi café, que se ha quedado frío, es mi minuto de relajación. ¿He dicho relajación?, las afueras de la terminal puede ser de todo menos relajante. Un grupo bastante numeroso de alemanes (por su aspecto lo digo, eran grandes y hablaban raro, como en alemán o algo así), salen de unas de las puertas en tropel, siguiendo a un guía que llevaba un cartelito en la mano.
Y llegó el desastre. Un pequeño empujón, seguido de algo ininteligible y después de un “sorry” con acento gutural, y mi café estampado en el abrigo, encima de la maleta ,y en la nariz roja. Mi aspecto debía de ser patético, porque además se me quedo cara de tonta, no sabía si gritar, llorar, reir...
¿Qué hice?, lo que toda mujer hace sin perder la compostura, me limpié la cara con un Klenex, limpié un poco la maleta, me despojé del abrigo, aún a riesgo de pillarme un buen resfriado, y como si nada hubiera pasado fui al encuentro de la amiga que me estaba esperando.




Me llamas una tarde de primavera, una tarde clara, de suaves olores a flores nuevas, a tierra húmeda, a brizna de hierba.
Y no te respondo, porque para mi solo existe el frío invierno. Agazapada aún siento helar las sienes, y la ventisca azota el alma. Aún no han salido las flores y los animales duermen. Aún no me han llegado los suaves olores a tierra nueva.
Encerrada, aislada, las ventanas clausuradas y el corazón helado.
No tuve suficientes leños en invierno, no calentó el fuego la piel azulada y las lágrimas colgaron como perlas en las mejillas . Transparentes y diáfanas, bellas sin igual, pero llanto al fin y al cabo.
En los vidriosos ojos la esperanza del más allá, de volar sobre las montañas y aspirar el dulce aroma del salitre en el viento húmedo del océano al otro lado de las escarpadas montañas.
Lejos del pesado cuerpo, libre de ataduras, volar, solo volar dejándome empapar por la hermosura del paisaje.
No hay anhelos, pero tampoco sufrimiento. Tierra y aire, a lo lejos el horizonte, y al fin el alma entiende.
Escapa de la tierra al infinito y el universo entero me recibe, me hace suya, para fundirse en el abrazo eterno.
Al fin comprende, solitaria cual estrella doliente, no es la muerte porque la vida ha despertado.
No es materia, es el infinito entero, es el universo pequeño. Es el alma libre que regresa del infierno.