lunes, 13 de diciembre de 2010


Lunes

Ha despertado la ciudad de su letargo. Es ese día que durante el fin de semana no nos cansamos de decir el lunes haré esto, el lunes iré a...., todo para este día. Sin embargo aún quedan otros días laborables para hacer todo aquello que nuestras obligaciones nos imponen.
Voy a nadar a la piscina, lo hago caminando, un paseo para poder observar cómo transcurre la vida de mi ciudad. No está lejos, unos diez minutos.
Me adentro en una zona donde abundan los pisos de nueva construcción, edificios de dos plantas y planta baja, la mayoría pisos con jardín o patio. Nueva vivienda y nuevas ilusiones, se estrena piso y con él nueva forma de vivir, aunque solo sea por cambiar de barrio, al comenzar la andadura en pareja o la emancipación del hogar paterno, siempre algo nuevo.
Al entrar en la piscina hace calor, así que sin entretenerme demasiado y después de la ducha obligatoria (menos mal ), entro en el agua y comienzo a nadar, despacio al principio, más fuerte después. Los primeros metros son un poco más pesados, 100 200 300...el cuerpo se desentumece y comienzo a disfrutar del agua, esa agua que envuelve como un útero materno, esa agua que me hace más liviana. En ella se hunden los problemas y se crea durante unos minutos la sensación de ser uno solo, uno y el mundo girando fuera, sigo nadando, los brazos se mueven solos, 700 800 900 metros, un poco más... la pierna se resiente, unos segundos para dar un pequeño masaje, continúo. El ejercicio hace que olvide, que sueñe. Creo un mundo ideal dónde mis deseos se convierten en realidad, el corazón se alegra, el cuerpo se cansa. Un poco más 1300, 1400...bajo el ritmo, un poco más, 1600, bien, por hoy se acabó, miró el reloj del lateral, me doy por satisfecha, 40 minutos he nadado. Pienso en las calorías consumidas. Soy un poco ilusa porque después comeré y las recuperaré.
Salgo de nuevo a la calle, renovada, cansada. En el parque que cruzo me llama la atención dos bancos, en uno una señora con la compra, ¿descansando?, en otra dos hombres, uno dentro de la llamada edad dorada, esa en la que las obligaciones laborales han quedado atrás, al otro aún le faltaban algún añito para entrar en ella. Éste último con un ordenador portátil en las piernas, supuse que tomando la wifi ¿(se escribe así?) que se ha puesto a disposición de los ciudadanos. Ya no se leen libros, se mira internet. Recuerdo la noticia del otro día, una librería de ibiza ha cerrado. Sustituimos el papel por una pantalla. A mi me sigue gustando el tacto del libro al pasar las páginas, llamadme antigua, lo seré...
Continúo caminando, he de hacer una gestión en el seguro, no está demasiado lejos.
Me llama la atención un cartel en un piso “se alquila”, no es el cartel en sí, ahora hay muchos, es el ventanal desde el suelo al techo, tras él un sofá mirando hacía el interior, de espaldas a la luz. No me gusta, si hay una ventana es para que la luz nos entre de frente, para mirar la lluvia, para contemplar el paisaje, desde allí se verán las montañas. No entiendo la colocación de ese mueble.
En la avenida han plantado olivos, me viene a la memoria Getsemaní. Es un árbol con tronco retorcido, sufriendo para dar su fruto, las hojas verdes. A sus pies se han colocado algunas flores, no se cómo se llaman, nunca he entendido nada de jardinería, me he limitado a contemplar la belleza de las plantas, he querido ser árbol para alcanzar el cielo con las ramas, pero no sé nada de cuidados ni nombres. ¿Me habré perdido algo por éste desconocimiento?, probablemente.
Ya estoy en la avenida España, esa que se adentra en la ciudad y nos lleva a la zona antigua, al puerto, al centro. El ritmo aquí se acelera, la ciudad es más activa, la circulación más abundante. No me gusta el centro para vivir, no está mal para encontrarse con más personas, para no andar por aceras desiertas. ¿Por qué huyo del resto de las personas?, ¿por qué me gusta andar en soledad, por qué no entiendo a aquel que corre escuchando música, por qué necesito el silencio?.
Ya he llegado a mi destino, saludo, pregunto, gestiono y me voy. Me atiende una chica muy agradable, he reclamado, he sonreído, he sido educada.
Camino de vuelta a casa y otros pensamientos reclaman mi atención. Pero estos ya no me gustan.... se trata de la cotidianeidad, de tareas domésticas que haré pero no forman parte de mi, sino de las ataduras que me he creado, al igual que el resto de mis conciudadanos, de las obligaciones diarias.
Volveré a la realidad, hasta que pueda volver a refugiarme, a replegarme en mis pensamientos. Al fin y al cabo es, en lo único, en lo que nadie puede mandar, ni cobrar impuestos por ellos.
13 diciembre.2010

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