AGOSTO
De desatinos la humanidad se
llena. De profundas soledades, de ruidos que acallan la conciencia, de fiestas
infinitas para castigar los cuerpos. Desnudeces playeras recibiendo los rayos
de un sol dañino, refrescados en aguas transparentes para aplacar los sentidos.
Verano infinito, de calores
extremos, de noches cortas y largos días.
Las chicharras cantando anuncian
su continuidad. Luna reflejada en el mar.
Buscando silencios, encontrando
ruidos, músicas adulteradas, bailes sin sentido, cuerpos mecidos al son de
notas mezcladas de manera discordante.
Y agosto llega con movimiento de
viajeros impenitentes, de largas esperas, de chanclas y camisetas.
Se cambia el bullicio del asfalto
por el de arena, las prisas por el bocadillo bajo la sombrilla. El madrugón del
trabajo por el del lugar playero. El propio hogar por un minúsculo apartamento
de camas en el salón. El portafolios por la bolsa nevera, los manguitos, el
parasol.
Se busca el relax en terrazas
llenas de precios imposibles. En paseos nocturnos plagados de vendedores
ambulantes, marea de personas en busca del mismo paraíso.
Mientras las ciudades se vacían,
silencian los ruidos, calman las prisas.
Aquellos desafortunados que en
ellas se quedan, disfrutan de sus noches en parques silenciosos, en avenidas
vacías, en los bares de siempre con los mismos amigos desafortunados, que
tampoco han abandonado su hogar. Siestas placenteras, trasnoches sin
despertadores.
Campos sedientos, flores
marchitas, frutas frescas y botijos en patios rurales.
Sillas en las puertas al ocaso
del sol, buscando el frescor que da la oscuridad. Conversaciones olvidadas,
partidas de mus y mangueras como duchas, placebo del lejano mar.
Languidez, desgana, apatía.
Calendario implacable, aún quedan treinta días.