Juguete roto
No sé cómo he tenido valor para iniciar esta carta.. Con la maleta hecha y desde otro lugar, que no es la mesa de la cocina dónde tantas veces he llorado.
He querido recordar cómo empezó todo, trayendo a mi memoria pequeños retazos, vagos recuerdos olvidados. Sin embargo no he logrado encontrar aquel primer momento en el que debí sentir una voz de alarma.
Quizás no supe, o no quise, aceptar la intuición. O, quizás, me dije, debía de estar muy enamorada.
Solo ahora he podido entender que eso no era amor.
Al principio fui feliz, ¡para que te voy a engañar!. Sentí tus celos como un acto de amor por mí. Creía que el interés que mostrabas era el cariño que no deseabas compartir.
Me sentí halagada, e hice lo posible para que tu te sintieras afortunado, para que tu vida fuera cómoda, para que nadie ni nada te perturbara.
Mi existencia estaba a tu servicio, mi vida era tuya, y yo viví en un espejismo de felicidad artificial.
Creé mi propio oasis en medio del desierto de tus afectos. Las plantas se secaron y el agua se tiñó con la sangre que escapaba de mi piel, rota con tus manos.
Yo no conocía el amor y por eso no pude quererme. Callaba para no enfadarte. Cocinaba tus platos favoritos aunque muchas veces terminaran estrellados contra el suelo.
Cuando me poseías furiosamente, a cualquier hora, en cualquier rincón de la casa, desahogando solo tus apetitos más básicos, también creí que me querías. De verdad lo creí, aunque yo me sintiera sucia por dentro.
No sabía que el amor era compartir porque nadie había compartido conmigo.
Viví encerrada en mi mundo que ya ni siquiera era el tuyo.
Se rompió, también, la falsa felicidad que había inventado para sobrevivir.
Ninguna sonrisa asomaba a mis labios, y de mis ojos hundidos solo brotaban lágrimas.
Imploraba al cielo, cada noche, dormir para no despertar. Pero amanecía otro día y yo continuaba respirando.
No buscaba otra salida porque no sabía que la hubiera.
¿Recuerdas aquella noche en la que tus golpes fueron más fuertes?. ¿Aquella noche en la que grité, porque mi alma rota aún tuvo un resquicio de fuerza para arrancar una llamada de auxilio en mi garganta enmudecida?
Un ángel se apiadó de mí, susurró algunas palabras al oído de algún vecino, y el cielo vino a buscarme en forma de ambulancia.
Aquellos huesos rotos y la cara amoratada, aquel dolor físico, fueron el comienzo de mi recuperación. El bálsamo que mi corazón necesitaba.
Postrada en la cama del hospital sentí el verdadero afecto. Provenía de personas desconocidas, esas personas de las que me habías apartado, que vivían en un mundo real.
Conviví con ellas y pude sentir el placer de una conversación relajada. Los gritos habían desaparecido, los insultos también.
Al principio yo no hablaba, los miedos persistían la voz se quebraba. Poco a poco, día a día, aprendí a hacerlo sin temor.
Deseé que los huesos no se curaran, quería prolongar aquel estado en el que me encontraba.
Las heridas del cuerpo cicatrizan antes que las del alma, así tuve que abandonar aquella blanca habitación para enfrentarme a mis demonios internos, que desde luego, no eran el mundo exterior como tu quisiste hacerme creer.
Busqué un atisbo de esperanza, para preservar un poco de cordura. Porque al perder la ilusión se va la vida. Se va y no vuelve.
No estuve sola porque descubrí la amistad.
Al hacer la maleta me sentí liberada. De alguna manera rompí las cadenas que me ataban a ti.
Hoy te escribo esta carta desde algún lugar en el que tu no podrás encontrarme.
Ya no siento ese odio que corroía mis entrañas. Ahora he aprendido a amarme.
He dejado de ser el juguete roto que tu mirada dañaba. Aprendí a buscar ayuda, a dejarme querer, a mirarme en el espejo sin sentir desprecio por mi misma. Ahora veo una mujer con la mirada nueva y la esperanza asomando a los ojos. Un rostro del que ya no brotan lágrimas y que ha aprendido a llevar la sonrisa puesta.
He sentido el placer de la risa, he aprendido a olvidar. Aunque algunas noches, aún, me atormente el sonido de tu voz, y despierte sintiendo tus golpes en mi cuerpo. Con el tiempo podrán curarse todas las heridas y también los malos recuerdos desaparecerán.
Sé que queda un largo camino para recorrer, pero también que podré hacerlo sola. Porque no es compañía cuando uno vive y el otro muere.
En la soledad de encontrarse con uno mismo está el placer de sentirse libre.
Cuando el corazón cicatrice y el alma se halle entera, me dedicaré a buscar otros corazones rotos, otros cuerpos maltratados. Compartiré con ellos el dolor y les enseñaré nuevos horizontes.
Les mostraré el arco iris para que llenen sus días grises, les regalaré la esperanza e intentaré dibujar la sonrisa en sus labios.
Porque el amor es inmenso y cuanto más se derrocha más se tiene, regalaré mil trozos cada día, e intentaré tapar las grietas y roturas de aquellos corazones que aún sangran.
Lucharé para que, la sociedad entera, detenga la mano levantada para infligir un golpe.
Mi sueño será que nadie haya de detener esa mano, porque ninguna se alzará para romper las ilusiones.
3 comentarios:
NO tengo palabras.
Tengo el pelo erizado, porque es como si hubieses sacado retazos de mi vida que, aún sin sangre derramada, si corría a raudales por dentro de mi cuerpo, y no eran tampoco de amor.
Nadie me creyó.
Como nadie me sigue creyendo ni amando como yo quiero.
Como yo quise en una ocasión, que tú bien conoces, por el destino?
Yo siempre he dicho por una traición, de la que no se ha arrepentido lo suficiente todavía.
Has deshilado MI AMOR y mi matrimonio (que nada tienen que ver), como si estuvieses viendo a través del iris de mis ojos.
GRACIAS INFINITAS POR COMPARTIR ÉSTE "ORO" CONMIGO.
TE QUIERO.
Marisa que angustia he sentido mientras leía tu carta y que alivio al finalizarla. Un relato duro pero real, imagino lo que tienen que padecer las personas que sufren esas torturas. Muy bien escrito y un honor poder leerte.
Tremendo tiene que ser vivir así, me ha estremecido la lectura de esta carta.
Un relato demasiado actual, que deseo no se repita esta lacra que estamos sufriendo.
ojala que todas las mujeres que la sufren, reúnan el valor para hacer la maleta antes de que sea demasiado tarde.
Marisa, eres fantástica escribiendo, un relato muy bien redactado, un placer poderte leer
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