Un punto de encuentro. Para dejar comentarios de todos aquellos asuntos que puedan ser interesantes.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
HOLA CARACOLA
Hola caracola, le dijo el niño. Y como vio que no le respondía, volvió a repetir “hola caracola”, se quedó quieto, escuchando. El único sonido que oyó fue el de las olas al romper en la orilla.
Caracola, ¿no estás?, preguntó con un mohín en su cara, solo el mar respondía.
Así, dejando a un lado su caracola, metió los pies descalzos en el agua y jugó con las olas. En sus manos escurría la espuma, mientras cubría el cuerpo con miles de gotas saladas.
Mientras, la tarde comenzaba a declinar y el horizonte se tornaba rojizo.
La caracola permanecía en la arena.
El niño, cansado de jugar con las olas, se sentó en la orilla y volvió a preguntar “caracola, ¿por qué no estás en el mar?.
El océano se apiadó del niño y las olas le arrastraron murmurándole al oído “te contaremos la historia de la caracola, ven con nosotros”, y el niño se dejó llevar envuelto en espuma blanca. El sol se ocultaba en el horizonte y el agua adquiría el color de la plata.
Acariciado por la brisa, mecido al compás de la luna, con la piel salada, la esperanza dibujada en el rostro y con la ilusión de comprender porque aquella caracola no le respondía, acudió a la llamada de aquellas aguas transparentes.
Estuvo en el fondo marino jugando con sirenas y caballitos de mar. Transcurrieron los días.
Un amanecer alguien paseaba por la orilla de aquella lejana playa y tropezó con un pequeño cuerpo. Parecía dormido y su negra piel brillaba con los primeros rayos del sol. En su cara dibujada una sonrisa.
Nadie reclamó su cuerpo, nadie supo qué había ocurrido. Solo él, que se quedo dormido en los aposentos de Neptuno, y su alma prefirió el mar y eligió a los meros, y a cientos de caracolas, como compañeros de juegos. Se desprendió como ellas de la envoltura de su cuerpo que nadie amaba, para dejarse querer por las estrellas de mar.
En el cementerio de los hombres que no comprenden fue un número. Pero su nombre pervive en el mar y en el cielo, en la noche estrellada, en los reflejos de la luna y en el intenso azul del mar de un día soleado.
Marisa
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