miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ya veo que aún no tenemos visitas, poco a poco todo se andará. voy a contar un cuento muy corto.

Era el cumpleaños de Almudena, 40 años y entraba en esa edad que a las mujeres nos sienta tan mal. Esa edad indefinida, porque ya no eres treintañera, pero tampoco mayor.
No pensaba celebrarlo, ni decírselo a nadie, lo viviría para ella sola. Así que ese día fué a trabajar como todos los demás, preparó la comida para su familia como un día más.
Por la tarde llamó a su amiga y fueron a tomar un café. Ningún comentario, era un día más, solo uno más.
Al llegar la noche se sintió triste, ella no había dicho nada pero en el fondo de su corazón esperaba que alguien hubiera recordado ese día especial.
Se hizo la remolona en la oficina, no deseaba llegar pronto a casa, se refugió en los números, sin embargo ya eran las 8 de la tarde, hacía dos horas que la noche había llegado.
Aparcó el coche en el garaje, y con paso cansado subió hasta el piso, todo era silencio. Sus hijos tendrían que estar en casa, no había luz y pensó en regañarles cuando vinieran.
abrió la puerta y sin encender la luz se quitó el abrigo y se dirigió al salón, pero tropezó con algo y casi cae de bruces, sintió un brazo que la sujetaba, la luz se encendió y allí estaban sus hijos, su marido con la mesa puesta y unas velas, con una tarta (un poco esparramada), y unos canapés.
todos gritaron felicidades mamá y se abalanzaron sobre ella para darle sus regalos.
Cuando Almudena se acostó esa noche se sentía feliz. Feliz porque había compartido con su familia esos momentos en los que ella se creyo sola, todos se habían esforzado para hacerle saber que no lo estaba.

¿Queremos estar solas? o en el fondo ¿esa soledad nos ahoga?.

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