martes, 26 de abril de 2011




El tiempo que se termina no vuelve


El viento enfurecido arrastraba las olas hasta hacerlas chocar con ira contra las rocas, levantando espuma blanca, y llevándose, en cada abatida, micro trozos de su alma inerte.
El cabello enredado, los árboles murmurando en un vaivén de hojas entremezcladas, batiendo las ramas para no dejarse quebrar por la tormenta.
El temporal borra las lágrimas del rostro, fundiéndolas con la lluvia que brota de los negros nubarrones.
Al fondo, a punto de zozobrar, una pequeña embarcación hunde su proa en las turbulentas aguas.
En su vaivén se pierde la mirada, en el horizonte se funde el alma, en los acantilados se parte el corazón.
El tiempo detenido en el infinito. En la noche no hay estrellas y la luna no abre su camino en el mar para acudir a él.
Se ha detenido el planeta, los astros ya no giran. El universo entero se lleva el alma maltrecha dejando un cuerpo inerte.
Un frío banco de piedra, el mar abierto al frente. La lluvia torrencial barre el último resquicio y se lleva el aliento postrero. Los ojos abiertos con la mirada cerrada al amanecer que entre las nubes se vislumbra.
El arcoíris envuelve los huesos, mas no le pertenece el cuerpo que reclama la tierra.
Tierra roja y fértil que hará crecer margaritas del frágil envoltorio que es la carne.
Mientras, en un nuevo día, el fuego del sol calentará miles de corazones.
Muy pocos llorarán por esa vida perdida.
Al otro lado, en la dimensión opuesta, la paz, al fin, inunda el alma conseguida.
El espíritu sonríe. Las cargas ya no existen, el peso se ha ido. Libre vuela sobre un mar azul, sobre la verde hierba, habla con las montañas y grita al aire fresco de la mañana.
En una silla alguien llora. Son lágrimas por el tiempo perdido, por palabras no dichas, por los instantes vacíos.
El universo comienza a moverse. Un espíritu le envuelve susurrándole consuelo. Sus hombros se estremecen, hace frío. Suave algodón que limpia el rostro y él entiende.
Al comprender, seca sus lágrimas, extiende las manos para fundirse en el último abrazo.
Cielo y tierra se unen, agua y fuego se mezclan. El adiós se convierte en hasta luego.
Al llegar el sueño piensa que hablará con ella. Pero no estará. Así la garganta enmudece y aquello que no dijo se le clavará como dardos ardientes.
El tiempo que se termina no vuelve.


marisa martín

1 comentario:

CARMEN RAMOS dijo...

JODER MARISA....
ES QUE NO SÉ NI QUE ESCRIBIRTE..
NO SÉ QUE DECIRTE¡¡
ES¡
MARAVILLOSAMENTE ESPECTACULAR¡¡¡
TE QUIERO PRECIOSA.
HOY SI QUE ME HAS TOCADO EL ALMA.
PERO HASTA LO MÁS HONDO.