martes, 13 de septiembre de 2011

CUANDO LOS LABIOS NO SONRÍEN


Anochecía y el recuerdo le quemaba el alma. El sol ocultándose tras el horizonte, dejaba al descubierto los grandes fantasmas de un pasado pleno de remordimientos, un pasado vacío de significado. Ahora, cuando creía rozar la mitad de su vida, se sentía solo, cuando los ojos ya no lloraban y os labios no sonreían, al atardecer de los sentidos, delante de unas páginas en blanco, con un vaso en las manos, se dejaba invadir por mil sensaciones, intentado llegar a los más íntimo de su ser. Para conocerse, para odiarse tal vez o para quererse y poder, así, reconciliarse con el mundo.

Era entonces, en esas horas tardías, cuando su corazón la llamaba, de su garganta escapa un nombre para rebotar por las paredes desnudas de la casa vacía.

Los recuerdos se agolpaban. Un árbol, un río, sus frías aguas corriendo veloces cauce abajo, aquélla piedra redonda dónde sus cuerpos reposaban, la brisa suave que les hacía temblar, las promesas perdidas, los lazos rotos, sus azules ojos mirándole.

¡Había amado tanto!. Todo lo perdió.

Quizás su orgullo le impidió volver, quizás la marea de la vida le volteó con tanta fuerza que no tuvo el valor suficiente para luchar contra ella, quizás la vida sea injusta, quizás la muerte les una.

Apuró de un trago el vaso que sostenía, y, cómo cada noche, comenzó a escribir una carta que jamás terminaría, una carta que nunca sería leída. Letras que alimentarían las llamas de la chimenea encendida, el viento del otoño esparciría el mensaje, las cenizas reposarán en tierra fértil.

De nuevo repitió su nombre, una y mil veces, para conjurar el pasado, para volver al inicio, para no sentirse otra vez solo, para tenerla de nuevo, para llorar por ella, sentir su pelo, tocar sus manos, rozar sus labios. Se dejó transportar por el tiempo, otra vez los recuerdos...

La lluvia mojaba sus caras, corrían a refugiarse en aquella casa abandonada, reían como dos niños. Colgaron las ropas, se sentaron juntos, hablaron, se abrazaron, los besos impregnaron las viejas paredes de madera. Las palabras de amor se fijaron para siempre en las habitaciones cerradas, el olor a tierra, el golpear de las ramas...

Suspiró, abrió los ojos y de nuevo se encontró en su casa vacía de paredes blancas. No llovía, no hacía viento, las estrellas en el cielo le gritaban mil canciones.

El corazón le dolía. El alma despertaba para morir cien veces.

La noche, inexorablemente larga, larga, oscura y pesada, se fijaba para siempre llenando el corazón solitario.

Él se engañaba con la felicidad mundana, los halagos, las risas, el trabajo y la adulación. Rodeado de personas a las que no importaba en absoluto acallaba los sentidos. Pero al llegar la noche y salir la luna, en el ocaso del sol, la verdad aparecía de nuevo.

Ahora la llamaría, esta noche apacible terminaría esa carta maldita.

Escribió palabras tiernas, solicitudes de perdón, derrochó el amor que nunca se atrevió a confesar, la llamó mil veces.

De tinta llenó los espacios blancos del papel marchito, las lágrimas corrían por las mejillas, la noche terminaba.

Rasgó los folios escritos, rompió el pasado en mil trozos. Se vistió de sonrisa, se adornó de soberbia y anduvo el camino de siempre.

Saludaba de un lado a otro miraba el sol de la mañana. El portafolios en la mano, gafas para los ojos, un traje gris, la gabardina impecable, henchido el pecho.

Despertaba las envidias, las pasiones. La vida le sonríe –decían- al verle, el paso decidido el caminar altivo. El sol ocultaba las heridas cual bálsamo cicatrizante. El ruido acallaba los deseos, el mundo, girando, embrutecía los sentidos.

Una intensa punzada, dolor en el pecho, cae la cartera, se doblan las rodillas, más dolor, la niebla oculta la calle, los gritos en silencio, ve y no siente. La cabeza golpea el suelo, el dolor termina, de sus labios inertes una súplica, un nombre, María.

Ella viene, le sonríe, acaricia sus sienes. Le tiende la mano. Un túnel, a lo lejos la luz, la pradera verde, el océano azul, los colores, allí le espera.

En las nubes se aman, se encuentran sus almas gemelas. En la tierra reposan los restos que a nadie le importan.