viernes, 29 de abril de 2011



La Boda Real desde la oficina


¡Santo dios, que día llevo!. Me han llamado para saber si en Ibiza llovería este fin de semana, y yo sin tener el título ese que hace falta para ser meteorólogo y entender las isobaras.
Por otra parte todo el mundo está de boda. Revuelo en Internet al salir la novia de un gran coche, páginas colapsadas. Que digo yo ¿no podía haberse casado en un día no laborable?, es que son ganas de fastidiar, que en la oficina tengo que estar atenta para que el jefe no me pille...
Ha salido del despacho sin hacer ruido, y yo tan ensimismada delante de la pantalla, viendo el vestido de la novia los gestos del novio, no me he dado cuenta hasta que él ha dicho
-Señorita, (siempre nos llama señoritas aunque tengamos cien años, que no es el caso, aún zapatero no ha puesto tan alta la jubilación), le falta la pamela.
Del susto que me ha dado, he tirado el vaso de agua (que es muy bueno, según dicen, beber mucha agua) encima de la mesa, ha escurrido por ésta hasta llegar a mi pantalón y claro he saltado para no mojarme.
Desastre total. Al saltar he dado un cabezazo al jefe que tenía tras de mí. He tirado la silla que se le ha caído en el pie malo, no he evitado que el agua empapase el pantalón del traje, y eso que en la etiqueta ponía “no lavar, limpiar en seco”.
El jefe, sangrando por la nariz, con el pie cojeando se ha retirado de mí rápidamente.
Yo, solicita, he intentado buscar un pañuelo en mi bolso con desparrame total del contenido sobre el suelo. Las llaves, el móvil, la cartera, unos caramelos, unas pastillas, la sacarina, una agenda, el tique del súper, la tarjeta del lavacoches, el tabaco, varios encendedores, tres bolígrafos de propaganda, una galletita de esas que ponen con el café en el bar de frente, y ¡horror! Un preservativo. ¿Pero desde cuando tengo eso en el bolso, y de dónde ha salido?.
Pero he sacado el kleneex y se lo he entregado con cara compungida.
Él después del asombro inicial y de colocarse el pañuelo sobre la nariz se ha fijado en lo único que quería hacer desaparecer, ¡el condón!.
Lo ha recogido del suelo, me lo ha entregado y con sorna me ha dicho
-Si que piensa usted celebrar bien la boda, no sabía que era tan peligrosa una boda real.
Me he disculpado un millón de veces, he intentado explicar, sin mucho éxito, que “eso” no era mío. Pero él se ha alejado con una sonrisa malévola.
Mientras tanto los compañeros se han desternillado, Manuela no llegaba ni al baño, Esther lloraba de risa, Armando se retorcía en su asiento, Juan tenía hipo...
Vamos que hoy le he alegrado el día a toda la oficina, a todos menos a uno claro, y sin proponérmelo.
Al cabo de unos minutos me ha llamado el jefe a su despacho. Yo temblorosa esperaba un despido o una bronca muy gorda.
Él, aún sonriente, (hay que reconocer que es todo un caballero) me ha invitado a entrar y a sentarme en el sillón delante de una pantalla de televisión dónde trasmitían la dichosa boda.
-Aquí estará más cómoda, me ha dicho.
En ese momento he deseado que se hundiera el mundo.
Pero el mundo no se hunde cuando uno quiere, así que pasados unos minutos de cortesía que me parecieron siglos, me he retirado a mi mesa a “trabajar”.
Mis compañeros, graciosillos ellos, habían llenado la pantalla del ordenador con esos papelitos de colores que se pegan y se llaman post it, y frases como “sácale provecho” “si quieres lo estreno contigo” “mira la fecha de caducidad”, “vive la boda loca” “¿aún los usas?”. Y por supuesto el látex dichoso en el centro.
Les he gritado ¿os habéis divertido ehhhhhh?
-no sabes cuanto, me han contestado.
-Aún tengo agujetas en el estómago me han dicho.
Con mi dignidad hecha trizas y la nariz de mi jefe también (tenía el aspecto de un boxeador después de una pelea), ha transcurrido la mañana hasta que ha llegado la hora de salir.
El jefe, el primero en salir se apoyaba en una muleta, y yo, solícita, le he preguntado
-¿quiere que le ayude-
-No, me ha contestado, mejor que no, ¿no cree que ya tengo suficiente por hoy?
Cuando se lo he contado a mi amiga ella me ha contagiado su risa y entonces, al recordar la situación he podido reír.
Lo peor habrá sido cuando mi jefe haya llegado a su casa e intentado explicar qué le ha ocurrido en la oficina.
Para que después digan que no es peligroso trabajar en un despacho.


Marisa martín

martes, 26 de abril de 2011




El tiempo que se termina no vuelve


El viento enfurecido arrastraba las olas hasta hacerlas chocar con ira contra las rocas, levantando espuma blanca, y llevándose, en cada abatida, micro trozos de su alma inerte.
El cabello enredado, los árboles murmurando en un vaivén de hojas entremezcladas, batiendo las ramas para no dejarse quebrar por la tormenta.
El temporal borra las lágrimas del rostro, fundiéndolas con la lluvia que brota de los negros nubarrones.
Al fondo, a punto de zozobrar, una pequeña embarcación hunde su proa en las turbulentas aguas.
En su vaivén se pierde la mirada, en el horizonte se funde el alma, en los acantilados se parte el corazón.
El tiempo detenido en el infinito. En la noche no hay estrellas y la luna no abre su camino en el mar para acudir a él.
Se ha detenido el planeta, los astros ya no giran. El universo entero se lleva el alma maltrecha dejando un cuerpo inerte.
Un frío banco de piedra, el mar abierto al frente. La lluvia torrencial barre el último resquicio y se lleva el aliento postrero. Los ojos abiertos con la mirada cerrada al amanecer que entre las nubes se vislumbra.
El arcoíris envuelve los huesos, mas no le pertenece el cuerpo que reclama la tierra.
Tierra roja y fértil que hará crecer margaritas del frágil envoltorio que es la carne.
Mientras, en un nuevo día, el fuego del sol calentará miles de corazones.
Muy pocos llorarán por esa vida perdida.
Al otro lado, en la dimensión opuesta, la paz, al fin, inunda el alma conseguida.
El espíritu sonríe. Las cargas ya no existen, el peso se ha ido. Libre vuela sobre un mar azul, sobre la verde hierba, habla con las montañas y grita al aire fresco de la mañana.
En una silla alguien llora. Son lágrimas por el tiempo perdido, por palabras no dichas, por los instantes vacíos.
El universo comienza a moverse. Un espíritu le envuelve susurrándole consuelo. Sus hombros se estremecen, hace frío. Suave algodón que limpia el rostro y él entiende.
Al comprender, seca sus lágrimas, extiende las manos para fundirse en el último abrazo.
Cielo y tierra se unen, agua y fuego se mezclan. El adiós se convierte en hasta luego.
Al llegar el sueño piensa que hablará con ella. Pero no estará. Así la garganta enmudece y aquello que no dijo se le clavará como dardos ardientes.
El tiempo que se termina no vuelve.


marisa martín